La Big Band de Miguel Blanco ofreció el pasado 7 de abril su concierto mensual en la Sala BarCo. Un público no muy numeroso aunque comprometido con la causa disfruto de una actuación marcada por la fusión, la innovación y alguna colaboración sorprendente y excepcional.
La Afrodisian Orchestra en la Sala BarCo (Foto: Jorge Moreno)
Por Jorge Moreno (MadridJazz en CeroPretensiones)
Si con una definición heterodoxa podríamos decir que todo club de jazz es una mezcla de bar y sala de conciertos, en BarCo el porcentaje de sala es muy superior al de bar. Esto influye completamente en la predisposición del público de cara a los conciertos y a la conexión que se produce entre músicos y espectadores. Quizá el ambiente sea más propicio a una música más joven, más innovadora, menos sujeta a los cánones; y eso lo saben muy bien en BarCo. Como lugar de exposición de las actividades de la Escuela de Música Creativa, la sala tiene acceso casi exclusivo a las evoluciones de algunas de las más firmes promesas del jazz que se va a hacer en Madrid en los próximos años.
Pero la cosa no queda ahí. La programación habitual de BarCo es distinta de la que se ve en los otros clubs de Madrid, con una apuesta mayor por músicos noveles y por músicas más contemporáneas. La fusión, una de las características más propias de la postmodernidad creativa en la que estamos inmersos, tiene un lugar predominante en los conciertos de Calle Barco 34.
Y es que fusión es el calificativo que mejor representa lo que se despide de la Big Band de Miguel Blanco. La Afrodisian Orchestra mezcla. Mezcla continuamente y de formas inesperadas. Blanco (biografía como profesor del Taller de Músicos) utiliza a los casi veinte músicos que forman su orquesta como una coctelera en la que el barman va introduciendo los ingredientes más apropiados. Jazz de las últimas cosechas, un toque de música latina, una cucharada de ritmos africanos, una pizquita de rock progresivo y, sobre todo, una buena base de flamenco forman el caldo que la Afrodisian da de beber a todo el que se pasa por sus conciertos. Quizá no sea el cóctel que consiga una mayor difusión entre los parroquianos, pero es muy posible que los que le encuentren el gusto repitan asiduamente.
Miguel Blanco ha sabido rodearse de músicos jóvenes en claro crecimiento artístico. La extrañada el pasado día 7 Marta Sánchez (piano; interesante artículo sobre ella en El País), Roberto Pacheco (trombón), Carlos Rossi (trompeta y, magistralmente, fliscorno), Israel Sandoval (guitarra) o el sorprendente Santi Cañada (trombón) son buena muestra de ello. Músicos con poco que perder y mucho que ganar aportan un color más fresco y brillante a una Big Band con un sonido singular, pero que no deja de estar perfectamente compensado y mantenerse sólido. La veteranía la ponen Jaime Muela (flautas y saxo), principal solista con permiso de Israel Sandoval, y el propio Miguel Blanco. Siempre encima de la orquesta, Blanco ejerce su papel de director con un cuidado mayor del que se ve habitualmente y con buenos resultados.
La sección de trombones de Afrodisian Orchestra (Foto: Jorge Moreno)
El concierto del pasado martes comenzó con el único estándar que se iba a escuchar en toda la noche: Invitation. En cualquier caso, el trabajo del arreglo había sido tan concienzudo y personal que en la interpretación poco más que los ecos de la melodía recordaban a la composición de Kaper y Washington. Poco después, se acercó al escenario un inesperado Antonio Mesa con su flauta y se marcó un solo flamenco antológico, en el que sólo le pudieron seguir los percusionistas de la banda. Cuando acabó, el público no dejaba de aplaudir y él, con una risa, saludó y se bajó del escenario para que continuará la actuación.
El resto de la noche se desarrolló a través de temas propios de una factura notable, capaces de explotar al máximo los colores propios y distintivos de cada instrumento, como el registro grave y la potencia de los trombones tenores y, sobre todo, del bajo (Guillermo Báez). Temas como Te llamé y no estabas, la nana Nonna i nil, Afroeclipse o el casi funk Boletus Obsoletus destacaron por su complejidad y por su variedad estilística.
El concierto acabó con una importante satisfacción para un público que, aunque reducido, se mostró participativo en todo momento. El entusiasmo se transformó en peticiones de un bis que nunca llegó por decisión del director, pese a la indecisión de algunos de los músicos entre bajar o no del escenario. Quizás el único punto negativo de la noche.
Mucho ese blog pfrimo!
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